La diosa del ballet, la chica que vació el cuerpo para bailar el alma, el cisne de las piruetas y la acróbata poética de la tenaz entrega, siempre, incluso a mitad de su vuelo más imposible, tuvo los pies en el suelo.
Había aparecido entre la lluvia, sepultada por el incógnito de un abrigo y un sombrero de lana, a su cita en la Royal Opera House, donde la música de Chaikovski había sido sustituida en esta tarde desapacible por el ritmo percutor y escasamente musical de un taladro que se afanaba en el embellecimiento de la platea. [...]
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